Cogí el taxi y empecé a observar todo, con esos ojos que escudriñan cada detalle de la que va a ser la ciudad que te va a acoger por una temporada. Cuando llegamos al centro ya empecé a situarme, porque suelo ver los mapas previamente, y así luego no tengo problemas de orientación. En eso, veo que según mi gps mental, la dirección que ha tomado el taxista es la contraria que yo pensaba que era. En un rústico francés, pero educado (eso siempre, que para eso he tenido una enseñanza de muchos años y costeada ;-), le digo: "creo que la dirección es la contraria". Se para en el semáforo, saca su mapa y se hace el despistado: "ah! si, me he equivocado". Yo ya comienzo a murmurar en arameo (que ese es el idioma que llevamos todos dentro sin necesidad de estudiarlo), y me pongo a pensar que no le voy a dar ni un duro más de los 30€, que aunque eran aproximados, tenía la sensación de que me quería timar. Cuando el taxímetro marcó esa cantidad, me debió sentir el taxista al acecho desde el asiento trasero y me dijo que lo iba a parar ahí. Luego, para desgracia de él nos pilló un atasco, así que no le salió bien la jugada a pesar de estar tan cerca de mi destino final.
Al llegar al piso y conseguir subir al 6º sin ascensor las dos maletas, el portatil y demás chismes que llevaba, tuve la sensación de que el provinciano había superado todas las pruebas del día satisfactoriamente y tenía que celebrarlo de alguna manera. Así que decidí llamar a unos amigos que viven aquí, que conocí el año pasado en el viaje de la India, para tomarme una cerveza (si, UNA y no unas como suelo decir), aparte de porque ella se tenía que levantar temprano, es porque cada cerveza cuesta 4 "lerus" (así como se lee). Según me dicen, aquí la gente queda para tomar algo en las casas y sólo salen de vez en cuando. Así que me tendré que ir acostumbrando a "donde fueres haz lo que vieres".
Seguiré contando...